A raíz de formar parte de una compañía de danza oriental me he dado cuenta de muchísimas cosas.
La primera de ellas es que ser parte de un ballet es una fuente incesante de aprendizaje, de humildad y de trabajo en equipo. Cuando empiezas a ser profesora, como es mi caso, empiezas una carrera en solitario tanto como pedagoga como bailarina solista, trabajas con grupos y tus alumnas ahondan en este trabajo en conjunto pero tú lo vives más desde fuera aunque puedas participar en alguna coreografía con ellas.
Cuando empecé en la compañía, encontré en mis colegas de ensayos mucha profesionalidad, humanidad y sobre todo estilos y técnicas distintas de las que me nutro día a día. Si en el mundo laboral la competitividad está a la orden del día, en el campo del baile se multiplica, por eso, tener compañeras que a parte de bailar sean consejeras y te apoyen porque ellas han tenido experiencias similares muchas veces, es un gran colchón y el mejor elixir para seguir adelante. Formas de coreografiar distintas, músicas nuevas por explorar, conocer otros tipos de elementos e integrarlos... A mis ojos, todo son ventajas. Si es verdad que por otro lado, son muchas horas de entrenamiento para fijar las coreografías, el carácter que quieres imprimir en las mismas, "limpiar" brazos, giros, para que haya una uniformidad... Nos perdemos muchos sábados, domingos, cuando en vísperas de alguna función la máquina (cuerpo) no para y se hace un sprint final agotador a veces, tanto físico como mentalmente., pero merece la pena, porque como siempre pienso: "que nos quiten lo bailao', lo aprendido y lo disfrutado".
Mi consejo es que si te vinculas a un grupo de danza los principios sean afines y las metas que se quieran alcanzar comunes y que siempre haya comunicación entre los/las componentes para evitar contratiempos.
Las cosas buenas de la vida, compartidas son mejores, por eso, las compañías y los grupos de baile son un gran germen para crear cosas grandes.
Jessica.
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